NUESTRA SAGRADA RESPONSABILIDAD
Presentación a cargo del élder W. Rolfe Kerr
Comisionado del Sistema Educativo de la Iglesia
Discurso dirigido a los maestros de educación religiosa del SEI • 29 de febrero de 2008 • Tabernáculo de Salt Lake
Añado mi propia bienvenida a todos los que se han reunido para estar esta tarde con el presidente Boyd K. Packer. Agradecemos profundamente el dedicado servicio que prestan y queremos decirles que no pasa desapercibido. Es un privilegio muy especial el recibir instrucción del presidente Packer. Él ha estado en su lugar y ha hecho lo que ustedes hacen. Mucho de lo que vemos ahora en el Sistema Educativo de la Iglesia es el reflejo de su influencia a lo largo de los años. Conocí al presidente Packer hace casi cincuenta años cuando él supervisaba los seminarios e institutos de religión. Se había reunido con un grupo de nosotros que estaba contemplando la posibilidad de enseñar seminario. Mi vida tomó un rumbo diferente, pero jamás olvidé su descripción de la sagrada responsabilidad de quienes enseñan en el Sistema Educativo de la Iglesia.
Presidente Packer, la mayoría de las personas a quienes enseñará esta noche comprenden el verdadero significado de esa sagrada responsabilidad. Hay más de 3.800 maestros de jornada completa y de media jornada, listos y deseosos de recibir su instrucción; hay alrededor de 40.000 maestros voluntarios de seminario e instituto; cerca de 100 maestros del cuerpo docente de religión y administradores de nuestras universidades; aproximadamente 1.000 maestros y miembros del personal de la enseñanza primaria y secundaria de México y de las islas del Pacífico; y también hay un número considerable del personal jubilado del SEI. También se ha invitado a las esposas de todos ellos para que nos acompañen; y les damos una muy especial y cordial bienvenida.
Como puede ver, presidente Packer, se trata de un público muy amplio. Sin embargo, su audiencia final será mucho más que las miles de personas que se han congregado para aprender de usted esta noche. Usted enseñará a los maestros, quienes a su vez, enseñarán a casi 363.000 alumnos de seminario y a más de 359.000 alumnos de instituto. Cerca de 50.000 alumnos universitarios y 8.500 alumnos de enseñanza primaria y secundaria recibirán instrucción religiosa de algunos de estos maestros. Esto le daría a usted una posible audiencia de más de 800.000 personas. Si tenemos en cuenta a 400.000 más que se inscriben en varios programas de ampliación educacional, muchos de los cuales los enseñan algunos de estos maestros, el número final de receptores de su mensaje podría llegar al millón entre maestros y alumnos.
Ahora bien, a ustedes, mis queridos hermanos y hermanas, podríamos describir a la mayoría de los alumnos a los que enseñamos como “frutos al alcance de la mano” —fáciles de alcanzar y fáciles de enseñar. Ellos se inscriben voluntariamente y asisten con regularidad. Toman parte en el proceso de aprendizaje y cuando dejan nuestros salones de clase lo hacen con vidas enriquecidas y testimonios del Evangelio perdurables. Pero ¿qué sucede con el fruto que se encuentra oculto en lo alto de los árboles? —esos jóvenes que no son tan fáciles de alcanzar y más difíciles de enseñar. Algunos podrían parecer inalcanzables o difíciles de enseñar. Les insto a no aceptar esto como una conclusión sobre ellos. He aprendido que en la obra del Señor “nada es imposible; algunas cosas sólo son un poco más difíciles que otras”.
Sin poner en riesgo la atención que damos a aquellos que vienen voluntariamente, lleguemos hasta lo más alto del árbol y extendámosles una mano, a fin de atraer, inspirar y verdaderamente enseñar a esas precia- das almas que quizás no vengan a nosotros de tan buena voluntad, incluso hasta de mala gana. El alcanzar y enseñar a los frutos que se encuentran escondidos en la copa de los árboles es una de nuestras responsabilidades más sagradas. Ruego que lleguemos a tener más éxito con los alumnos que son receptivos y enseñables, pero ruego especialmente que seamos más eficaces con aquellos que parecen ser inalcanzables y difíciles de enseñar.
Comparto con ustedes mi testimonio de la divinidad del Redentor, de la realidad de la Restauración y del carácter sagrado de nuestra responsabilidad. Presidente Packer, hemos venido a aprender y estamos deseosos de que nos enseñe, en el nombre de Jesucristo. Amén.