PRESIDENTE BOYD K. PACKER
PRESIDENTE EN FUNCIONES
La Segunda Guerra Mundial terminó tan bruscamente como había empezado cinco años antes. De pronto, tenía algo que no había estado seguro que tendría: tenía un futuro. Era un sentimiento extraño; ¿qué se hace con un futuro?
Me encontraba en Ishima, una pequeñísima isla en la costa noroeste de Okinawa. Pocos días antes, todo en la isla había sido destruido por un tifón de un poder tan feroz que los grandes barcos se hundieron y los aviones salieron despedidos de la isla. La tormenta había pasado, la guerra se había acabado, y yo tenía un futuro.
Una noche tranquila, despejada e iluminada por la luna, me senté cerca de la playa en lo alto de un acantilado. Hacía tan sólo unos días, el océano, tan tranquilo ahora, se agitaba con enormes olas que sobrepasaban ese acantilado. Estuve sentado durante horas meditando y orando y decidí lo que haría con mi futuro: sería maestro.
Tenía un diploma de la escuela secundaria que obtuve mediante calificaciones aceptables; tenía un testimonio ferviente del Evangelio restaurado de Jesucristo y cierto conocimiento de las Escrituras como resultado de horas, días, semanas y meses de estudio. No sabía qué era lo que iba a enseñar; podría aprender algunos temas prácticos y seculares.
Me esforcé en mis estudios universitarios, los cuales se acortaron un año debido a las asignaturas que había tomado en la aeronáutica que se me reconocieron por haber sido piloto de la Fuerza Aérea. Tenía un título universitario en educación; pero, aun más importante, tenía una esposa y dos pequeños varones.
De repente, me contrataron a mitad de año como maestro de seminario para reemplazar al hermano John P. Lillywhite, que había sido llamado para que dejara el aula de clases y presidiera la misión de los Países Bajos. Así supe lo que tenía que hacer con mi futuro.
No imaginaba que estaría hoy aquí hablando a los maestros; estaba contento en aquel entonces, y estaría contento si ahora fuese maestro en el salón de clase.
Al saber lo que sé ahora, no espero que en el campo del destino se me recompense por mi llamamiento presente por encima de los que he conocido de entre ustedes, y que entregan su vida, día tras día, enseñando en el salón de clase.
Pero aquí estamos. Digo estamos porque mi esposa está conmigo. No sabemos cuántos años se nos han concedido, no muchos me imagino, pero tenemos el testimonio seguro del Padre y del Hijo y el don inefable del Espíritu Santo.
Sabemos que el ser del mundo invisible que atacó al joven José en la Arboleda Sagrada siempre está cerca, porque, como lo dijo Pedro: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Ahora, de acuerdo con los criterios morales, sociales, políticos y aun intelectuales, parece que estamos perdiendo; pero la humanidad también sabe que en la gran escena final, Satanás no puede ganar.
Hay cerca de 41.000 de ustedes. Comparados con la necesidad que existe, no es una gran cantidad, pero recuerdo haber oído decir a sir Winston Churchill en las horas más negras de la Segunda Guerra Mundial, al dirigirse a unos cuantos pilotos de la Real Fuerza Aérea que afrontaban contratiempos casi insuperables: “Jamás en el campo de los conflictos humanos, tantos le debieron tanto a tan pocos”.
En octubre de 1983, regresé de Sudamérica y casi de inmediato me dirigí a Londres para reunirme con el élder Neal A. Maxwell en la primera conferencia regional. Iba a reemplazar a un miembro de la Primera Presidencia. Aquella primera conferencia era algo así como un experimento.
Nos encontramos en la capilla Hyde Park para una reunión del sacerdocio de cuatro horas. El élder Maxwell habló primero y citó al rey Benjamín: “… Hermanos… no os he mandado subir hasta aquí para tratar livianamente las palabras…” (véase Mosíah 2:9). Lo que dijo a continuación cambió mi vida: “Hemos venidos a ustedes hoy día en nuestra verdadera identidad de apóstoles del Señor Jesucristo”.
De pronto, mi cuerpo se llenó de calidez y de luz. El cansancio del viaje fue reemplazado por la confianza y la confirmación. Lo que estábamos haciendo contaba con la aprobación del Señor.
Nunca he olvidado aquel momento; fue como esos momentos de inspiración que cada uno de ustedes ha experimentado. Tales momentos confirman que el Evangelio restaurado de Jesucristo es verdadero.
EL LIBRO DE LA MEMORIA
Al prepararme para reunirme con ustedes, fue difícil mantener cerrado el libro de la memoria.
Recuerdo a J. Wiley Sessions, alto y sonriente, quien abrió el primer instituto de religión en Moscow, Idaho.
Thomas J. Yates, ingeniero de la planta de electricidad de las montañas que están al este de Salt Lake City, bajaba el cañón a caballo todos los días para enseñar en Granite la primera clase de seminario integrado. Nunca conocí al hermano Yates, pero me acuerdo de quienes lo reemplazaron.
Abel S. Rich, maestro de agronomía, fue contratado para abrir el segundo seminario en una casa de adobe en la calle que estaba frente al instituto de secundaria de Brigham City y era el director cuando el élder Theodore A.Tuttle y yo enseñábamos allí.
El hermano Tuttle había sido teniente en la Infantería de Marina. En Iwo Jima, él regresó al barco para sacar una gran bandera y, en la costa, se la entregó a un corredor que la llevó a lo alto del monte Sirabachi y, desde allí, a las páginas de la historia.
Antes de que a cada uno de nosotros se nos llamara como Autoridad General, el hermano Tuttle y yo enseñábamos y trabajábamos juntos como supervisores de seminarios e institutos de religión, bajo la administración de William E. Berrett.
El hermano Berrett había abierto un seminario en la Cuenca de Uintah. Durante el verano, él caminaba de pueblo en pueblo reclutando alumnos para su clase. Su primer hijo nació y yace enterrado allí. El hermano y la hermana Berrett fueron al cementerio en el asiento posterior de un auto; sobre su falda iba el pequeño féretro de madera que él había construido.
Conocí a Elijha Hicken a quien se envió a la Cuenca de Big Horn, en Wyoming, para abrir seminario. Nadie le dio una buena bienvenida y un grupo amenazó su vida. El patriarca le había dado una bendición, una promesa de que su vida sería protegida y, sustentado por la fortaleza de aquella bendición, el hermano Hicken decidió no llevar más el revólver que había llevado a clase cada día. En los años 1950, establecimos mesas de educación de estaca. Una vez se dijo algo que posiblemente fuera cierto. Se comentaba que un maestro de seminario había tenido un poco de dificultad para convencer a los líderes de la estaca sobre la necesidad de estudiar las Escrituras. El maestro decidió tomarles un examen para probar su conocimiento de las Escrituras. La primera pregunta fue: “¿Quién derrumbó los muros de Jericó?”, lo cual originó un pequeño debate.
Finalmente, el presidente de estaca dijo: “¿A quién le importa quién derrumbó los muros? Constrúyalos otra vez y nosotros se lo pagaremos con los fondos de la estaca”. Una vez, en Inglaterra, asistí a una reunión sacramental y el maestro de seminario, al hablar de las Escrituras dijo: “Ahora voy a ir al capítulo 3 de Mosíah en Doctrina y Convenios”. Nadie se rió. Todavía hay trabajo por hacer.
Cuando enseñé seminario por primera vez, teníamos tres libros de texto, uno para el Antiguo Testamento, otro para el Nuevo Testamento y otro para la Historia de la Iglesia. Fue en Brigham City donde añadimos una clase del Libro de Mormón.
El texto del Antiguo Testamento ya no se imprimía y era muy difícil de encontrar. Cuando se llevaba a cabo la reunión mensual del grupo en nuestro edificio, escondíamos nuestros textos porque, si no lo hubiéramos hecho, los preciosos libros probablemente habrían desaparecido. Teníamos un tocadiscos en el que escuchábamos discos con historias de la Biblia; no teníamos proyectores.
LOS CURSOS DE ESTUDIOAhora ustedes tienen bosquejos de curso, ayudas visuales, equipo y edificios; y todo ello es superior a cualquier facilidad que teníamos antes.
Los cursos de estudio son los mismos: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Otras fuentes provienen de los profetas y apóstoles vivientes; se nos indica en la revelación que, cuando el poder del Espíritu Santo los inspira, sus palabras adquieren la categoría de Escritura (D. y C. 1:38).
ESTÉN ALERTAAhora, otra vez de mi libro de recuerdos. A inicios de los años 1930, surgió en algunos institutos la llamada erudición superior. Pensaban que la aprobación secular los haría más aceptables entre sus colegas universitarios.
Esa actitud infectó a varios en los seminarios; algunos siguieron adelante y crearon cursos de estudio enfocados en los valores sociales contemporáneos y no en la doctrina y la Escritura reveladas.
Varios de los maestros fueron a obtener grados avanzados en clases dictadas por eruditos en la Biblia. Buscaron aprender “de los mejores libros” (D. y C. 88:118;109:7, 14), pero con muy poca fe. Volvieron habiendo obtenido diplomas pero habiendo perdido afinidad con el Evangelio restaurado de Jesucristo y posiblemente también el interés.
Esa actitud por parte de algunos maestros de religión no pasó inadvertida por los Consejos de la Iglesia. Las Autoridades Generales se inquietaron. En 1938, se reunió a todo el personal de Seminarios e Institutos para que participaran en un curso de verano en Aspen Grove, Utah. El presidente J. Reuben Clark Jr., que habló en nombre de la Primera Presidencia, pronunció el monumental discurso: “El curso trazado por la Iglesia en la educación”.
Éste constituye un ancla en la actualidad tanto como lo fue en la ocasión en que fue dado. Seguramente han leído y releído ese curso. Como maestro de ustedes, les asigno que lo lean una vez más.
Conocía a casi todos los hombres que se desviaron del curso; llegaron a un punto en que su forma de pensar estaba en conflicto con las verdades sencillas del Evangelio. Algunos de ellos se alejaron y prosiguieron carreras prominentes en la educación secular donde se sentían más cómodos. Uno por uno ellos encontraron su camino fuera de la actividad de la Iglesia y unos cuantos tuvieron que dejar la Iglesia. A cada uno le siguió un grupo de estudiantes: un desenlace muy doloroso.
Con el transcurso de los años, he observado que los hijos, los nietos y los bisnietos de ellos no se hallan entre los fieles de la Iglesia.
Eso ocurrió otra vez en 1954. Se llamó al personal de seminarios e institutos al curso de verano de la Universidad Brigham Young. El élder Harold B. Lee, del Quórum de los Doce fue nuestro maestro. Dos horas por día, cinco veces a la semana durante cinco semanas, el élder Lee y otros de los Doce nos enseñaron. El presidente J. Reuben Clark Jr. nos dirigió la palabra dos veces y eso nos hizo retomar el rumbo. Felizmente, muchos de los que fueron para estudiar regresaron magnificados por su experiencia y armados con títulos avanzados. Regresaron firmes en su conocimiento de que un hombre puede estar en el mundo pero no ser del mundo (véase Juan 17:14–19).
Tengan cuidado. Si no estamos alerta, estas cosas suceden y han vuelto a suceder. Cada uno debe estar alerta. Si sienten que se ven atraídos por otras personas que consideran que el logro intelectual es más importante que las doctrinas fundamentales o que desean exponer a sus alumnos a las llamadas realidades de la vida, retrocedan.
EN MEDIO DEL PELIGROCuando era jovencito, las enfermedades de la niñez aparecían con regularidad en cada comunidad. Cuando alguien tenía varicela, sarampión o paperas, un empleado de salud pública del condado colocaba en la puerta o en la ventana un aviso de cuarenten para advertir a los demás que se alejaran. En una familia tan grande como la nuestra, aquellas enfermedades de la niñez llegaban a nuestro hogar unas tras otras; una criatura se contagiaba de la otra, así que el aviso a veces permanecía allí muchas semanas.
Cuando tomé una clase de salud en la secundaria, el maestro leyó un artículo. Una madre se enteró de que los niños vecinos tenían varicela y se dio cuenta de que existía la posibilidad de que sus hijos la contrajeran también, a lo mejor uno a la vez, y decidió resolver el problema de una vez por todas.
Así que envió a sus niños a la casa de sus vecinos para que jugaran con los niños de ellos y se contagiaran y así terminar con el asunto. Imaginen el horror cuando el doctor finalmente fue y le dijo que no se trataba de varicela sino
de viruela.
“ENSÉÑENLES LA PALABRA DE DIOS”
Ahora cierro el libro de los recuerdos y me remonto hasta aquí; al presente.
Vengo ante ustedes como lo hizo Jacob cuando enseñó en el templo “habiendo primeramente obtenido mi mandato del Señor” (Jacob 1:17). Jacob y su hermano José habían sido consagrados sacerdotes y maestros para el pueblo. “Y [magnificaron su] oficio ante el Señor, tomando sobre [ellos] la responsabilidad, trayendo sobre [su] propia cabeza los pecados del pueblo si no le [enseñaban] la palabra de Dios con toda diligencia” (Jacob 1:19).
El mundo y las iglesias cristianas han desentendido el Antiguo Testamento; pero es allí donde encontramos las pepitas de oro de la doctrina, palabras tales como Aarónico, Melquisedec, sacerdocio, patriarca, Jehová, ordenanza, convenios o pactos y muchas más. Ellas forman los eslabones esenciales en nuestro entendimiento del plan de redención.
En el Nuevo Testamento, aprendemos sobre la vida y las enseñanzas del Maestro.
Enseñen a sus alumnos acerca de la Apostasía y de la Restauración del sacerdocio, de José Smith y de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por la propia declaración del Señor: “…la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de la tierra” (D. y C. 1:30).
Empápenlos con las verdades del Libro de Mormón. Eso los llevará a la prueba y a la promesa que allí se encuentran y así estarán armados con la influencia protectora de la verdad.
Cada uno puede entonces preguntar “a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; “y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:4–5).
Con un testimonio propio, estarán seguros en el mundo.
MUCHO DEPENDE DE USTEDES
El mundo va girando cuesta abajo a pasos acelerados y lamento decirles que no va a mejorar. Mi propósito es encomendarles a cada de uno de ustedes, en calidad de maestros, la responsabilidad, de ponerlos en alerta. Éstos son días de inminente peligro espiritual para nuestra juventud.
UN MUNDO MORALMENTE CONFUSONo sé de nada de la historia de la Iglesia o de la historia del mundo que se compare con nuestra situación actual. Nada ocurrió en Sodoma y Gomorra que supere en iniquidad la depravación que nos rodea actualmente.
Las palabras profanas, la vulgaridad y la blasfemia se escuchan por doquier. La iniquidad y la perversión indecibles antes se escondían en la oscuridad; ahora están a la luz del día, incluso bajo la protección legal.
En Sodoma y Gomorra esas cosas estaban localizadas. Ahora están esparcidas por todo el mundo y están entre nosotros. No necesito— ni voy a hacerlo— describir cada maldad que amenaza a nuestra juventud. Es difícil que uno las desconozca.
LA PRIMERA LÍNEA DE DEFENSA
Ustedes, con los líderes y maestros del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, no son la primera línea de defensa. A la familia le corresponde ese lugar. Satanás utiliza toda intriga para perturbar a la familia.
Están cubriendo de inmundicia la relación sagrada entre un hombre y una mujer, entre esposo y esposa, por medio de la cual se conciben los cuerpos mortales y la vida pasa a la siguiente generación.
Seguramente se dan cuenta de lo que se propone el adversario. La primera línea de defensa se está derrumbando. El verdadero propósito de la Restauración se centra en la autoridad para sellar, en las ordenanzas del templo, en el bautismo por los muertos, en el matrimonio eterno y en el aumento eterno: ¡se centra en la familia!
El Señor les dio la primera responsabilidad a los padres:
“Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres…
“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:25, 28).
Existe “el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los malvados” (D. y C. 27:17).
LA ARMADURA SE COLOCA EN EL HOGAREl escudo de la fe se forja a mano en una industria casera.
Lo que es más valioso se hace idealmente en el hogar. Ese escudo se puede pulir en la sala de clase, pero se forja y se prueba en casa, adaptándolo a cada persona.
Muchos no cuentan con el apoyo de la familia. Cuando ese escudo no se proporciona en el hogar, debemos y po-demos forjarlo nosotros. Ustedes, junto con los líderes y maestros, se convierten en la primera línea de defensa.
LA ADVERTENCIA DE LOS PROFETASEstamos exactamente en donde los profetas nos advirtieron que estaríamos.
En preparación para lo que vendría, el Salvador amonestó: “Por motivo de las maldades y designios que existen y que existirán en el corazón de hombres conspiradores en los últimos días, os he amonestado y os prevengo, dándoos esta palabra de sabiduría por revelación” (D. y C. 89:4).
Moroni nos dijo: “Por lo tanto, oh gentiles, está en la sabi-duría de Dios que se os muestren estas cosas…
“Por consiguiente, el Señor os manda que cuando veáis surgir estas cosas entre vosotros, que despertéis a un conocimiento de vuestra terrible situación” (Éter 8:23–24).
Pablo profetizó “que en los postreros días vendrán tiem-pos peligrosos” (2 Timoteo 3:1), y después, palabra por palabra y frase por frase, describe exactamente nuestras condiciones actuales:
“…blasfemos, desobedientes a los padres,… impíos, “sin afecto natural,… intemperantes,… aborrecedores de lo bueno, “…amadores de los deleites más que de Dios…
“…siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:2–4, 7). ¿Podría haber descrito él nuestras condiciones con más exactitud? Lean la profecía con sumo detenimiento.
EL PODER DE LAS ESCRITURASPablo profetizó que las cosas no mejorarían: “mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, enga-ñando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13).
Por fortuna, él nos dijo qué hacer: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:14–16).
En su oración superna por los apóstoles, el Señor dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:15–17).
UN MUNDO ENFERMO ESPIRITUALMENTE
Las enfermedades espirituales de alcance epidémico arrasan el mundo. No nos es posible controlarlas, pero podemos prevenir que nuestra juventud se contagie.
El conocimiento y el testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo son como una vacuna, y podemos inocularlos.
Inocular: in—“dentro” y ocular significa “relativo a los ojos”. Nosotros colocamos un ojo dentro de ellos: El don inefable del Espíritu Santo.
Nefi nos dice: “Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por lo que declaran las palabras de Cristo. Por tanto, os dije: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).
EL CAMINO ANGOSTO
Es muy angosto y estrecho el camino que está trazado ante ustedes.
“porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14).
Su camino como maestros puede ensancharse para incluir algunas actividades y eventos culturales buenos. Las actividades son como las especias y los postres que le añaden sabor a una comida balanceada; éstas deben ser siempre de un nivel que refleje el Evangelio. No dejen a un lado los nutrientes espirituales que alimentan el espíritu; las diversiones no son las que los protegen a ellos.
La enseñanza del Evangelio restaurado de Jesucristo no se debe considerar una cosa más entre lo que ustedes imparten; es más importante que cualquiera y que todas las actividades juntas. Se puede disfrutar de éstas, pero sin descuidar la enseñanza. Las organizaciones auxiliares se organizaron y son responsables de la mayoría de las actividades. Enseñen a sus alumnos a ser fieles y activos en sus barrios y estacas, y a tener un gran respeto por los líderes del sacerdocio que los presiden.
Repito, el camino es angosto y estrecho, y no deben alejarse de él.
TENGAN FE Y VALOR
Cuando nuestra juventud se sienta rodeada y en minoría, recuerden lo que Eliseo le dijo a su criado cuando éste vio el “ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros”. El criado le dijo: “¡Ah, señor mío!, ¿qué haremos?”.
“[Eliseo] le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego…” (2 Reyes 6:15–17). Ustedes no son responsables de sanar el ambiente del mundo. Ustedes pueden, con los padres y los líderes y los maestros del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, enviar a los jóvenes Santos de los Últimos Días al mundo nutridos espiritualmente e inmunizados contra las influencias de la maldad.
“La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.
“La luz y la verdad desechan a aquel inicuo…
“[A ustedes se les ha] mandado criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:36–37, 40).
UNA DEFENSA Y UN REFUGIO
“a fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:6).
Ellos no deben temer; nosotros no debemos temer; el miedo es contrario a la fe.
He participado en muchos consejos de la Iglesia y he visto muchas cosas. He presenciado desencanto, sorpresa y preocupación, pero nunca vi que nadie sintiera temor.
Los jóvenes pueden esperar con esperanza tener una vida feliz. Contraerán matrimonio, criarán su familia en la Iglesia y enseñarán a sus pequeños lo que ustedes les hayan enseñado. Ellos, a su vez, enseñarán a sus hijos y a sus nietos. Isaías y Miqueas profetizaron: “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos.
“Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:2–3; véase también Miqueas 4:1–2).
En esta época la Casa del Señor se ha establecido en la cabecera de los montes y los pueblos corren a ella. La palabra del Señor —el Antiguo y el Nuevo Testamento— ha salido de Jerusalén. Ahora la ley sale de Sión. Ustedes son maestros de esa ley.
NO FRACASAREMOS¡No fracasaremos!
“¿Hasta cuándo pueden permanecer impuras las aguas que corren? ¿Qué poder hay que detenga los cielos? Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Missouri en su curso decretado, o volverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días” (D. y C. 121:33).
Han pasado 59 años desde que estuve sentado en el acantilado de esa pequeñísima isla del Océano Pacífico y decidí ser maestro. Supe entonces que a un maestro no se le recompensaría con riquezas; su recompensa es mucho más perdurable.
Durante esos años, naciones enteras han surgido y desaparecido mientras el maligno ha hecho su voluntad. He visto ensancharse las fronteras de Sión hasta cubrir toda la tierra (D. y C. 82:14; 107:74).
No sé ahora con más certeza que entonces, cuando era un joven soldado sentado en el acantilado de esa minúscula isla, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre. Pero hay una diferencia, ahora conozco al Señor. Testifico de Él e invoco Sus bendiciones para ustedes los que enseñan, que también son padres y madres, abuelos y abuelas, para sus familias, para sus alumnos, para el trabajo que realizan. Los bendigo para que el poder y la inspiración de Él los acompañe para que los que estén bajo su influencia puedan lograr que ese testimonio protector nazca en ellos. E invoco esta bendición sobre ustedes como siervo del Señor y en el nombre de Jesucristo. Amén.
PRESIDENTE EN FUNCIONES
La Segunda Guerra Mundial terminó tan bruscamente como había empezado cinco años antes. De pronto, tenía algo que no había estado seguro que tendría: tenía un futuro. Era un sentimiento extraño; ¿qué se hace con un futuro?
Me encontraba en Ishima, una pequeñísima isla en la costa noroeste de Okinawa. Pocos días antes, todo en la isla había sido destruido por un tifón de un poder tan feroz que los grandes barcos se hundieron y los aviones salieron despedidos de la isla. La tormenta había pasado, la guerra se había acabado, y yo tenía un futuro.
Una noche tranquila, despejada e iluminada por la luna, me senté cerca de la playa en lo alto de un acantilado. Hacía tan sólo unos días, el océano, tan tranquilo ahora, se agitaba con enormes olas que sobrepasaban ese acantilado. Estuve sentado durante horas meditando y orando y decidí lo que haría con mi futuro: sería maestro.
Tenía un diploma de la escuela secundaria que obtuve mediante calificaciones aceptables; tenía un testimonio ferviente del Evangelio restaurado de Jesucristo y cierto conocimiento de las Escrituras como resultado de horas, días, semanas y meses de estudio. No sabía qué era lo que iba a enseñar; podría aprender algunos temas prácticos y seculares.
Me esforcé en mis estudios universitarios, los cuales se acortaron un año debido a las asignaturas que había tomado en la aeronáutica que se me reconocieron por haber sido piloto de la Fuerza Aérea. Tenía un título universitario en educación; pero, aun más importante, tenía una esposa y dos pequeños varones.
De repente, me contrataron a mitad de año como maestro de seminario para reemplazar al hermano John P. Lillywhite, que había sido llamado para que dejara el aula de clases y presidiera la misión de los Países Bajos. Así supe lo que tenía que hacer con mi futuro.
No imaginaba que estaría hoy aquí hablando a los maestros; estaba contento en aquel entonces, y estaría contento si ahora fuese maestro en el salón de clase.
Al saber lo que sé ahora, no espero que en el campo del destino se me recompense por mi llamamiento presente por encima de los que he conocido de entre ustedes, y que entregan su vida, día tras día, enseñando en el salón de clase.
Pero aquí estamos. Digo estamos porque mi esposa está conmigo. No sabemos cuántos años se nos han concedido, no muchos me imagino, pero tenemos el testimonio seguro del Padre y del Hijo y el don inefable del Espíritu Santo.
Sabemos que el ser del mundo invisible que atacó al joven José en la Arboleda Sagrada siempre está cerca, porque, como lo dijo Pedro: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Ahora, de acuerdo con los criterios morales, sociales, políticos y aun intelectuales, parece que estamos perdiendo; pero la humanidad también sabe que en la gran escena final, Satanás no puede ganar.
Hay cerca de 41.000 de ustedes. Comparados con la necesidad que existe, no es una gran cantidad, pero recuerdo haber oído decir a sir Winston Churchill en las horas más negras de la Segunda Guerra Mundial, al dirigirse a unos cuantos pilotos de la Real Fuerza Aérea que afrontaban contratiempos casi insuperables: “Jamás en el campo de los conflictos humanos, tantos le debieron tanto a tan pocos”.
En octubre de 1983, regresé de Sudamérica y casi de inmediato me dirigí a Londres para reunirme con el élder Neal A. Maxwell en la primera conferencia regional. Iba a reemplazar a un miembro de la Primera Presidencia. Aquella primera conferencia era algo así como un experimento.
Nos encontramos en la capilla Hyde Park para una reunión del sacerdocio de cuatro horas. El élder Maxwell habló primero y citó al rey Benjamín: “… Hermanos… no os he mandado subir hasta aquí para tratar livianamente las palabras…” (véase Mosíah 2:9). Lo que dijo a continuación cambió mi vida: “Hemos venidos a ustedes hoy día en nuestra verdadera identidad de apóstoles del Señor Jesucristo”.
De pronto, mi cuerpo se llenó de calidez y de luz. El cansancio del viaje fue reemplazado por la confianza y la confirmación. Lo que estábamos haciendo contaba con la aprobación del Señor.
Nunca he olvidado aquel momento; fue como esos momentos de inspiración que cada uno de ustedes ha experimentado. Tales momentos confirman que el Evangelio restaurado de Jesucristo es verdadero.
EL LIBRO DE LA MEMORIA
Al prepararme para reunirme con ustedes, fue difícil mantener cerrado el libro de la memoria.
Recuerdo a J. Wiley Sessions, alto y sonriente, quien abrió el primer instituto de religión en Moscow, Idaho.
Thomas J. Yates, ingeniero de la planta de electricidad de las montañas que están al este de Salt Lake City, bajaba el cañón a caballo todos los días para enseñar en Granite la primera clase de seminario integrado. Nunca conocí al hermano Yates, pero me acuerdo de quienes lo reemplazaron.
Abel S. Rich, maestro de agronomía, fue contratado para abrir el segundo seminario en una casa de adobe en la calle que estaba frente al instituto de secundaria de Brigham City y era el director cuando el élder Theodore A.Tuttle y yo enseñábamos allí.
El hermano Tuttle había sido teniente en la Infantería de Marina. En Iwo Jima, él regresó al barco para sacar una gran bandera y, en la costa, se la entregó a un corredor que la llevó a lo alto del monte Sirabachi y, desde allí, a las páginas de la historia.
Antes de que a cada uno de nosotros se nos llamara como Autoridad General, el hermano Tuttle y yo enseñábamos y trabajábamos juntos como supervisores de seminarios e institutos de religión, bajo la administración de William E. Berrett.
El hermano Berrett había abierto un seminario en la Cuenca de Uintah. Durante el verano, él caminaba de pueblo en pueblo reclutando alumnos para su clase. Su primer hijo nació y yace enterrado allí. El hermano y la hermana Berrett fueron al cementerio en el asiento posterior de un auto; sobre su falda iba el pequeño féretro de madera que él había construido.
Conocí a Elijha Hicken a quien se envió a la Cuenca de Big Horn, en Wyoming, para abrir seminario. Nadie le dio una buena bienvenida y un grupo amenazó su vida. El patriarca le había dado una bendición, una promesa de que su vida sería protegida y, sustentado por la fortaleza de aquella bendición, el hermano Hicken decidió no llevar más el revólver que había llevado a clase cada día. En los años 1950, establecimos mesas de educación de estaca. Una vez se dijo algo que posiblemente fuera cierto. Se comentaba que un maestro de seminario había tenido un poco de dificultad para convencer a los líderes de la estaca sobre la necesidad de estudiar las Escrituras. El maestro decidió tomarles un examen para probar su conocimiento de las Escrituras. La primera pregunta fue: “¿Quién derrumbó los muros de Jericó?”, lo cual originó un pequeño debate.
Finalmente, el presidente de estaca dijo: “¿A quién le importa quién derrumbó los muros? Constrúyalos otra vez y nosotros se lo pagaremos con los fondos de la estaca”. Una vez, en Inglaterra, asistí a una reunión sacramental y el maestro de seminario, al hablar de las Escrituras dijo: “Ahora voy a ir al capítulo 3 de Mosíah en Doctrina y Convenios”. Nadie se rió. Todavía hay trabajo por hacer.
Cuando enseñé seminario por primera vez, teníamos tres libros de texto, uno para el Antiguo Testamento, otro para el Nuevo Testamento y otro para la Historia de la Iglesia. Fue en Brigham City donde añadimos una clase del Libro de Mormón.
El texto del Antiguo Testamento ya no se imprimía y era muy difícil de encontrar. Cuando se llevaba a cabo la reunión mensual del grupo en nuestro edificio, escondíamos nuestros textos porque, si no lo hubiéramos hecho, los preciosos libros probablemente habrían desaparecido. Teníamos un tocadiscos en el que escuchábamos discos con historias de la Biblia; no teníamos proyectores.
LOS CURSOS DE ESTUDIOAhora ustedes tienen bosquejos de curso, ayudas visuales, equipo y edificios; y todo ello es superior a cualquier facilidad que teníamos antes.
Los cursos de estudio son los mismos: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Otras fuentes provienen de los profetas y apóstoles vivientes; se nos indica en la revelación que, cuando el poder del Espíritu Santo los inspira, sus palabras adquieren la categoría de Escritura (D. y C. 1:38).
ESTÉN ALERTAAhora, otra vez de mi libro de recuerdos. A inicios de los años 1930, surgió en algunos institutos la llamada erudición superior. Pensaban que la aprobación secular los haría más aceptables entre sus colegas universitarios.
Esa actitud infectó a varios en los seminarios; algunos siguieron adelante y crearon cursos de estudio enfocados en los valores sociales contemporáneos y no en la doctrina y la Escritura reveladas.
Varios de los maestros fueron a obtener grados avanzados en clases dictadas por eruditos en la Biblia. Buscaron aprender “de los mejores libros” (D. y C. 88:118;109:7, 14), pero con muy poca fe. Volvieron habiendo obtenido diplomas pero habiendo perdido afinidad con el Evangelio restaurado de Jesucristo y posiblemente también el interés.
Esa actitud por parte de algunos maestros de religión no pasó inadvertida por los Consejos de la Iglesia. Las Autoridades Generales se inquietaron. En 1938, se reunió a todo el personal de Seminarios e Institutos para que participaran en un curso de verano en Aspen Grove, Utah. El presidente J. Reuben Clark Jr., que habló en nombre de la Primera Presidencia, pronunció el monumental discurso: “El curso trazado por la Iglesia en la educación”.
Éste constituye un ancla en la actualidad tanto como lo fue en la ocasión en que fue dado. Seguramente han leído y releído ese curso. Como maestro de ustedes, les asigno que lo lean una vez más.
Conocía a casi todos los hombres que se desviaron del curso; llegaron a un punto en que su forma de pensar estaba en conflicto con las verdades sencillas del Evangelio. Algunos de ellos se alejaron y prosiguieron carreras prominentes en la educación secular donde se sentían más cómodos. Uno por uno ellos encontraron su camino fuera de la actividad de la Iglesia y unos cuantos tuvieron que dejar la Iglesia. A cada uno le siguió un grupo de estudiantes: un desenlace muy doloroso.
Con el transcurso de los años, he observado que los hijos, los nietos y los bisnietos de ellos no se hallan entre los fieles de la Iglesia.
Eso ocurrió otra vez en 1954. Se llamó al personal de seminarios e institutos al curso de verano de la Universidad Brigham Young. El élder Harold B. Lee, del Quórum de los Doce fue nuestro maestro. Dos horas por día, cinco veces a la semana durante cinco semanas, el élder Lee y otros de los Doce nos enseñaron. El presidente J. Reuben Clark Jr. nos dirigió la palabra dos veces y eso nos hizo retomar el rumbo. Felizmente, muchos de los que fueron para estudiar regresaron magnificados por su experiencia y armados con títulos avanzados. Regresaron firmes en su conocimiento de que un hombre puede estar en el mundo pero no ser del mundo (véase Juan 17:14–19).
Tengan cuidado. Si no estamos alerta, estas cosas suceden y han vuelto a suceder. Cada uno debe estar alerta. Si sienten que se ven atraídos por otras personas que consideran que el logro intelectual es más importante que las doctrinas fundamentales o que desean exponer a sus alumnos a las llamadas realidades de la vida, retrocedan.
EN MEDIO DEL PELIGROCuando era jovencito, las enfermedades de la niñez aparecían con regularidad en cada comunidad. Cuando alguien tenía varicela, sarampión o paperas, un empleado de salud pública del condado colocaba en la puerta o en la ventana un aviso de cuarenten para advertir a los demás que se alejaran. En una familia tan grande como la nuestra, aquellas enfermedades de la niñez llegaban a nuestro hogar unas tras otras; una criatura se contagiaba de la otra, así que el aviso a veces permanecía allí muchas semanas.
Cuando tomé una clase de salud en la secundaria, el maestro leyó un artículo. Una madre se enteró de que los niños vecinos tenían varicela y se dio cuenta de que existía la posibilidad de que sus hijos la contrajeran también, a lo mejor uno a la vez, y decidió resolver el problema de una vez por todas.
Así que envió a sus niños a la casa de sus vecinos para que jugaran con los niños de ellos y se contagiaran y así terminar con el asunto. Imaginen el horror cuando el doctor finalmente fue y le dijo que no se trataba de varicela sino
de viruela.
“ENSÉÑENLES LA PALABRA DE DIOS”
Ahora cierro el libro de los recuerdos y me remonto hasta aquí; al presente.
Vengo ante ustedes como lo hizo Jacob cuando enseñó en el templo “habiendo primeramente obtenido mi mandato del Señor” (Jacob 1:17). Jacob y su hermano José habían sido consagrados sacerdotes y maestros para el pueblo. “Y [magnificaron su] oficio ante el Señor, tomando sobre [ellos] la responsabilidad, trayendo sobre [su] propia cabeza los pecados del pueblo si no le [enseñaban] la palabra de Dios con toda diligencia” (Jacob 1:19).
El mundo y las iglesias cristianas han desentendido el Antiguo Testamento; pero es allí donde encontramos las pepitas de oro de la doctrina, palabras tales como Aarónico, Melquisedec, sacerdocio, patriarca, Jehová, ordenanza, convenios o pactos y muchas más. Ellas forman los eslabones esenciales en nuestro entendimiento del plan de redención.
En el Nuevo Testamento, aprendemos sobre la vida y las enseñanzas del Maestro.
Enseñen a sus alumnos acerca de la Apostasía y de la Restauración del sacerdocio, de José Smith y de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por la propia declaración del Señor: “…la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de la tierra” (D. y C. 1:30).
Empápenlos con las verdades del Libro de Mormón. Eso los llevará a la prueba y a la promesa que allí se encuentran y así estarán armados con la influencia protectora de la verdad.
Cada uno puede entonces preguntar “a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; “y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:4–5).
Con un testimonio propio, estarán seguros en el mundo.
MUCHO DEPENDE DE USTEDES
El mundo va girando cuesta abajo a pasos acelerados y lamento decirles que no va a mejorar. Mi propósito es encomendarles a cada de uno de ustedes, en calidad de maestros, la responsabilidad, de ponerlos en alerta. Éstos son días de inminente peligro espiritual para nuestra juventud.
UN MUNDO MORALMENTE CONFUSONo sé de nada de la historia de la Iglesia o de la historia del mundo que se compare con nuestra situación actual. Nada ocurrió en Sodoma y Gomorra que supere en iniquidad la depravación que nos rodea actualmente.
Las palabras profanas, la vulgaridad y la blasfemia se escuchan por doquier. La iniquidad y la perversión indecibles antes se escondían en la oscuridad; ahora están a la luz del día, incluso bajo la protección legal.
En Sodoma y Gomorra esas cosas estaban localizadas. Ahora están esparcidas por todo el mundo y están entre nosotros. No necesito— ni voy a hacerlo— describir cada maldad que amenaza a nuestra juventud. Es difícil que uno las desconozca.
LA PRIMERA LÍNEA DE DEFENSA
Ustedes, con los líderes y maestros del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, no son la primera línea de defensa. A la familia le corresponde ese lugar. Satanás utiliza toda intriga para perturbar a la familia.
Están cubriendo de inmundicia la relación sagrada entre un hombre y una mujer, entre esposo y esposa, por medio de la cual se conciben los cuerpos mortales y la vida pasa a la siguiente generación.
Seguramente se dan cuenta de lo que se propone el adversario. La primera línea de defensa se está derrumbando. El verdadero propósito de la Restauración se centra en la autoridad para sellar, en las ordenanzas del templo, en el bautismo por los muertos, en el matrimonio eterno y en el aumento eterno: ¡se centra en la familia!
El Señor les dio la primera responsabilidad a los padres:
“Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres…
“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:25, 28).
Existe “el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los malvados” (D. y C. 27:17).
LA ARMADURA SE COLOCA EN EL HOGAREl escudo de la fe se forja a mano en una industria casera.
Lo que es más valioso se hace idealmente en el hogar. Ese escudo se puede pulir en la sala de clase, pero se forja y se prueba en casa, adaptándolo a cada persona.
Muchos no cuentan con el apoyo de la familia. Cuando ese escudo no se proporciona en el hogar, debemos y po-demos forjarlo nosotros. Ustedes, junto con los líderes y maestros, se convierten en la primera línea de defensa.
LA ADVERTENCIA DE LOS PROFETASEstamos exactamente en donde los profetas nos advirtieron que estaríamos.
En preparación para lo que vendría, el Salvador amonestó: “Por motivo de las maldades y designios que existen y que existirán en el corazón de hombres conspiradores en los últimos días, os he amonestado y os prevengo, dándoos esta palabra de sabiduría por revelación” (D. y C. 89:4).
Moroni nos dijo: “Por lo tanto, oh gentiles, está en la sabi-duría de Dios que se os muestren estas cosas…
“Por consiguiente, el Señor os manda que cuando veáis surgir estas cosas entre vosotros, que despertéis a un conocimiento de vuestra terrible situación” (Éter 8:23–24).
Pablo profetizó “que en los postreros días vendrán tiem-pos peligrosos” (2 Timoteo 3:1), y después, palabra por palabra y frase por frase, describe exactamente nuestras condiciones actuales:
“…blasfemos, desobedientes a los padres,… impíos, “sin afecto natural,… intemperantes,… aborrecedores de lo bueno, “…amadores de los deleites más que de Dios…
“…siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:2–4, 7). ¿Podría haber descrito él nuestras condiciones con más exactitud? Lean la profecía con sumo detenimiento.
EL PODER DE LAS ESCRITURASPablo profetizó que las cosas no mejorarían: “mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, enga-ñando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13).
Por fortuna, él nos dijo qué hacer: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:14–16).
En su oración superna por los apóstoles, el Señor dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:15–17).
UN MUNDO ENFERMO ESPIRITUALMENTE
Las enfermedades espirituales de alcance epidémico arrasan el mundo. No nos es posible controlarlas, pero podemos prevenir que nuestra juventud se contagie.
El conocimiento y el testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo son como una vacuna, y podemos inocularlos.
Inocular: in—“dentro” y ocular significa “relativo a los ojos”. Nosotros colocamos un ojo dentro de ellos: El don inefable del Espíritu Santo.
Nefi nos dice: “Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por lo que declaran las palabras de Cristo. Por tanto, os dije: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).
EL CAMINO ANGOSTO
Es muy angosto y estrecho el camino que está trazado ante ustedes.
“porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14).
Su camino como maestros puede ensancharse para incluir algunas actividades y eventos culturales buenos. Las actividades son como las especias y los postres que le añaden sabor a una comida balanceada; éstas deben ser siempre de un nivel que refleje el Evangelio. No dejen a un lado los nutrientes espirituales que alimentan el espíritu; las diversiones no son las que los protegen a ellos.
La enseñanza del Evangelio restaurado de Jesucristo no se debe considerar una cosa más entre lo que ustedes imparten; es más importante que cualquiera y que todas las actividades juntas. Se puede disfrutar de éstas, pero sin descuidar la enseñanza. Las organizaciones auxiliares se organizaron y son responsables de la mayoría de las actividades. Enseñen a sus alumnos a ser fieles y activos en sus barrios y estacas, y a tener un gran respeto por los líderes del sacerdocio que los presiden.
Repito, el camino es angosto y estrecho, y no deben alejarse de él.
TENGAN FE Y VALOR
Cuando nuestra juventud se sienta rodeada y en minoría, recuerden lo que Eliseo le dijo a su criado cuando éste vio el “ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros”. El criado le dijo: “¡Ah, señor mío!, ¿qué haremos?”.
“[Eliseo] le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego…” (2 Reyes 6:15–17). Ustedes no son responsables de sanar el ambiente del mundo. Ustedes pueden, con los padres y los líderes y los maestros del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, enviar a los jóvenes Santos de los Últimos Días al mundo nutridos espiritualmente e inmunizados contra las influencias de la maldad.
“La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.
“La luz y la verdad desechan a aquel inicuo…
“[A ustedes se les ha] mandado criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:36–37, 40).
UNA DEFENSA Y UN REFUGIO
“a fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:6).
Ellos no deben temer; nosotros no debemos temer; el miedo es contrario a la fe.
He participado en muchos consejos de la Iglesia y he visto muchas cosas. He presenciado desencanto, sorpresa y preocupación, pero nunca vi que nadie sintiera temor.
Los jóvenes pueden esperar con esperanza tener una vida feliz. Contraerán matrimonio, criarán su familia en la Iglesia y enseñarán a sus pequeños lo que ustedes les hayan enseñado. Ellos, a su vez, enseñarán a sus hijos y a sus nietos. Isaías y Miqueas profetizaron: “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos.
“Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:2–3; véase también Miqueas 4:1–2).
En esta época la Casa del Señor se ha establecido en la cabecera de los montes y los pueblos corren a ella. La palabra del Señor —el Antiguo y el Nuevo Testamento— ha salido de Jerusalén. Ahora la ley sale de Sión. Ustedes son maestros de esa ley.
NO FRACASAREMOS¡No fracasaremos!
“¿Hasta cuándo pueden permanecer impuras las aguas que corren? ¿Qué poder hay que detenga los cielos? Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Missouri en su curso decretado, o volverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días” (D. y C. 121:33).
Han pasado 59 años desde que estuve sentado en el acantilado de esa pequeñísima isla del Océano Pacífico y decidí ser maestro. Supe entonces que a un maestro no se le recompensaría con riquezas; su recompensa es mucho más perdurable.
Durante esos años, naciones enteras han surgido y desaparecido mientras el maligno ha hecho su voluntad. He visto ensancharse las fronteras de Sión hasta cubrir toda la tierra (D. y C. 82:14; 107:74).
No sé ahora con más certeza que entonces, cuando era un joven soldado sentado en el acantilado de esa minúscula isla, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre. Pero hay una diferencia, ahora conozco al Señor. Testifico de Él e invoco Sus bendiciones para ustedes los que enseñan, que también son padres y madres, abuelos y abuelas, para sus familias, para sus alumnos, para el trabajo que realizan. Los bendigo para que el poder y la inspiración de Él los acompañe para que los que estén bajo su influencia puedan lograr que ese testimonio protector nazca en ellos. E invoco esta bendición sobre ustedes como siervo del Señor y en el nombre de Jesucristo. Amén.
conosco al pte. packer personalmente el me llamo para ser pte.de estaca en mar del plata,lo amo desde lo mas profundo de mi alma, el es un maestro como el Señor y fiel ejemplo un maestro con MAYUSCULA su discurso me abrio mi libro de recuerdos he sido maestro toda mi vida mas de 50 años el Señor lo protege en sus ultimos años igual que cuando hera ese joben soldado y se llebrara esa fortalesa por toda su eternidad.
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