Éste es el video que se mostró durante la Reunión General de la Sociedad de Socorro y que presenta al presidente Gordon B. Hinckley narrando la historia de la Sociedad de Socorro. Durante el video, se representan el profeta José Smith, Emma Smith, Lucy Mack Smith y las primeras hermanas de la Sociedad de Socorro en el almacén de ladrillos rojos.
Presidente Hinckley: El progreso de la Sociedad de Socorro, desde los 18 miembros que tenía cuando se organizó el 17 de marzo de 1842 en ciudad fronteriza de Nauvoo, hasta los más de cinco millones 160 años más tarde, con miembros en localidades grandes y pequeñas por el mundo, es algo extraordinario y notable.
Los elementos de los que emerge la Sociedad de Socorro preceden su organización. Esos elementos abarcan el instinto natural de la mujer de dar una mano para promover el bien común, para ayudar a los afligidos, y para mejorar su propio intelecto y sus talentos. Y en esa ocasión José Smith las organizó en una Sociedad
José Smith: Esta “sociedad de hermanas inspirará a los hermanos a las buenas obras y a velar por los pobres, buscando cómo demostrar caridad y satisfaciendo necesidades, y ayudará en la corrección de la moral y en el fortalecimiento de las virtudes de la comunidad”.
Presidente Hinckley: Desde esos modestos comienzos, se ha forjado lo que yo considero la más grande y más eficaz organización de su tipo en el mundo.
En esa primera reunión en la que Emma H. Smith fue elegida presidenta, dijo: “Cada una de sus miembros debe anhelar hacer el bien”. Ése era el espíritu entonces y ése es el espíritu hoy; y debe continuar siendo el principio que rige las generaciones por venir —que “cada una de sus miembros anhele hacer el bien”.
Emma Smith: “Haremos algo extraordinario... Esperamos momentos extraordinarios y situaciones difíciles”.
José Smith: “Esta Sociedad recibirá instrucción mediante el orden que Dios ya ha establecido, [por medio] de los que ha asignando para dirigir”.
“Para la mujer es natural tener sentimientos de caridad. Ahora os halláis en posición tal que obraréis de acuerdo con esas simpatías que Dios ha plantado en vuestro pecho. Si vivís de acuerdo con esos principios, ¡cuán grande y glorioso será! Si cumplís con vuestros privilegios, no se podrá impedir que os asociéis con los ángeles… Ni la guerra, ni las contiendas, ni las contradicciones nos magnificarán,... sino la mansedumbre, el amor, la pureza.
“Y las bendiciones de los cielos se derramarán…
“Al partir para vuestro hogar, no habléis más con dureza, sino dejad que la bondad, la caridad y el amor coronen vuestras obras de ahora en más…
“Al progresar en la inocencia y la virtud, al progresar en la bondad, dejad que vuestro corazón se engrandezca y se vuelva compasivo hacia los demás; usad longanimidad y sed pacientes con las faltas y los errores del ser humano. ¡Cuán preciadas son las almas de los hombres!…
“…Y ahora doy vuelta a la llave en el nombre de Dios, y esta Sociedad se alegrará, y el conocimiento y la inteligencia fluirán a partir de este momento, éste es el comienzo de épocas mejores para esta Sociedad”.
Presidente Hinckley: Esa declaración profética ha sido una máxima por un siglo y medio en la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Lucy Mack Smith, madre del Profeta, al hablarles a las hermanas en Navoo, dijo:
Lucy Mack Smith: “Debemos atesorarnos las unas a las otras, cuidarnos las unas a las otras, consolarnos las unas a las otras e instruirnos para que nos sentemos juntas en el cielo”.
Presidente Hinckley: La historia de la organización ha mostrado que las mujeres de la Iglesia no han tenido que esperar para sentarse juntas en el cielo y saborear los dulces frutos de esas actividades.
Ellas han experimentado mucho de ese cielo en la tierra, ya que se han cuidado las una a las otras, se han consolado las unas a las otras y se han instruido las unas a las otras. ¿Quién podría estimar el impacto milagroso en la vida de millones de mujeres cuyo conocimiento se ha incrementado, cuya visión se ha aumentado, cuya vida se ha beneficiado y cuyo entendimiento de las cosas de Dios se ha enriquecido debido al sinnúmero de lecciones que se han enseñado y aprendido eficazmente en las reuniones de la Sociedad de Socorro?
¿Quién podría medir el gozo que ha venido a la vida de estas mujeres al reunirse y socializar en el ambiente del barrio o la rama enriqueciendo mutuamente su vida mediante el dulce y atesorado compañerismo? ¿Quién, aún en el más remoto rincón del pensamiento, puede imaginar los incontables actos de caridad que se han realizado, el alimento que se ha presentado ante mesas indigentes, la fe que se ha nutrido en las desesperadas horas de la enfermedad, las heridas que se han curado, el dolor que se ha mitigado mediante las manos amorosas y las silenciosas y confortantes palabras, el consuelo que se ha extendido en la hora de la muerte y la consecuente soledad?
Hablándole a la Sociedad de Socorro, el presidente Joseph F. Smith dijo en una ocasión: “Esta organización fue divinamente creada, divinamente autorizada, divinamente instituida, divinamente ordenada por Dios para administrar la salvación del alma de mujeres y hombres. Por lo tanto, no hay ninguna otra organización que se pueda comparar con ésta… que jamás pueda ocupar el mismo lugar y la misma plataforma que ésta puede ocupar…
“…Hagan de la Sociedad de Socorro la primera, la más importante, la más elevada, la mejor y la más sólida de todas las organizaciones que hay en el mundo. Mediante la voz del profeta de Dios, se las llama para que lo logren, para que sean las más importantes, las más grandes y mejores, las más puras y las más devotas para hacer el bien”.
Dios bendiga a la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Que el espíritu de amor que ha motivado a sus miembros por más de un siglo y medio, continúe creciendo y se perciba en todo el mundo. Que sus obras de caridad conmuevan para siempre la vida de infinidad de personas doquiera que se encuentren. Y que la luz y la comprensión, el aprendizaje y el conocimiento y la verdad eterna adornen la vida de generaciones de mujeres aún por venir en las naciones de la tierra debido a esta institución singular que ha sido divinamente establecida. Que estas hermanas reconozcan su gran responsabilidad y bendición de ser “instrumentos en las manos de Dios para llevar a cabo esta gran obra” (Alma 26:3).
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