por José Fiedling Smith
Cuando los Israelitas abandonaron la tierra de Egipto, el Señor ofreció concederles todos los poderes del Sacerdocio si se comprometían a obedecer Sus mandamientos y ser fieles a sus convenios. Pero ellos no demostraron ser dignos ni estar preparados para tal bendición. Por consiguiente, el Señor les privó de los privilegios del Sacerdocio de Melquisedec, dejándoles sólo el sacerdocio menor o Aarónico—el cual fue específicamente conferido a la tribu de Leví, la cual estaba encargada de oficiar en los sacrificios. Ésta es una historia muy interesante y constituye toda una lección para el pueblo moderno de Israel.
Durante el tiempo que duró su viaje por el desierto, el Señor concedió a los israelitas abundantes bendiciones y realizó numerosos milagros, mostrándoles de esta manera su bondad y consideración—que ellos no supieron agradecer. El andar de esta gente por el desierto nos revela una historia muy interesante que debería ser un benéfico sermón para todos nosotros con respecto a nuestro deambular y nuestras responsabilidades en ésta, la última dispensación, a fin de que no causemos disgustos al Señor.
Durante los cuarenta años en que erró por el desierto, el pueblo de Israel manifestó constantemente la corrupta disposición de sus hijos. Evidentemente no alcanzaron a comprender las enseñanzas que el Señor había dado a Moisés. Por lo tanto, cuando llegó el momento en que debían cruzar el Río Jordán y entrar en la tierra de promisión, se había cumplido ya la profética advertencia que encontramos registrada en el libro de Números:
"Y Jehová habló a Moisés y Aarón, diciendo: ¿Hasta cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan?
"Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros.
"En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí.
"Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exeptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun.
"Pero vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis.
"En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto.
"Y vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto." (Números 14: 26-33.)
Aun a Moisés y a Aarón les fue negado el privilegio de entrar en la tierra prometida—todos los adultos, excepto dos hombres que habían mantenido su integridad: "Caleb hijo de Jefone, y Josué hijo de Nun."
Repasemos en detalle la historia. Durante cuarenta años los israelitas murmuraron y demostraron su espíritu de rebelión ante el Señor. Pese a las constantes manifestaciones divinas, fallaron en reconocerlas. El Señor les bendijo con maná en el desierto, con codornices cuando clamaron por carne, con milagrosos arroyos de agua fresca y otras innumerables bendiciones que evidenciaron Su infinito amor y paciencia. Y no obstante la ingratitud de cada individuo, El continuó amándoles y, como pueblo, les hizo grandes promesas.
Cuando Moisés subió al Monte y permaneció allí durante cuarenta días, ellos se rebelaron inclinándose nuevamente ante los ídolos que habían conocido en la tierra de los egipcios. Fue en aquella visita a la montaña que el Señor dio a Moisés ciertos mandamientos escritos sobre tablas de piedra. Cuando al bajar descubrió la rebelión e idolatría de Israel, Moisés arrojó con fuerza estas tablas y las quebró.
Cuando los Israelitas abandonaron la tierra de Egipto, el Señor ofreció concederles todos los poderes del Sacerdocio si se comprometían a obedecer Sus mandamientos y ser fieles a sus convenios. Pero ellos no demostraron ser dignos ni estar preparados para tal bendición. Por consiguiente, el Señor les privó de los privilegios del Sacerdocio de Melquisedec, dejándoles sólo el sacerdocio menor o Aarónico—el cual fue específicamente conferido a la tribu de Leví, la cual estaba encargada de oficiar en los sacrificios. Ésta es una historia muy interesante y constituye toda una lección para el pueblo moderno de Israel.
Durante el tiempo que duró su viaje por el desierto, el Señor concedió a los israelitas abundantes bendiciones y realizó numerosos milagros, mostrándoles de esta manera su bondad y consideración—que ellos no supieron agradecer. El andar de esta gente por el desierto nos revela una historia muy interesante que debería ser un benéfico sermón para todos nosotros con respecto a nuestro deambular y nuestras responsabilidades en ésta, la última dispensación, a fin de que no causemos disgustos al Señor.
Durante los cuarenta años en que erró por el desierto, el pueblo de Israel manifestó constantemente la corrupta disposición de sus hijos. Evidentemente no alcanzaron a comprender las enseñanzas que el Señor había dado a Moisés. Por lo tanto, cuando llegó el momento en que debían cruzar el Río Jordán y entrar en la tierra de promisión, se había cumplido ya la profética advertencia que encontramos registrada en el libro de Números:
"Y Jehová habló a Moisés y Aarón, diciendo: ¿Hasta cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan?
"Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros.
"En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí.
"Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exeptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun.
"Pero vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis.
"En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto.
"Y vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto." (Números 14: 26-33.)
Aun a Moisés y a Aarón les fue negado el privilegio de entrar en la tierra prometida—todos los adultos, excepto dos hombres que habían mantenido su integridad: "Caleb hijo de Jefone, y Josué hijo de Nun."
Repasemos en detalle la historia. Durante cuarenta años los israelitas murmuraron y demostraron su espíritu de rebelión ante el Señor. Pese a las constantes manifestaciones divinas, fallaron en reconocerlas. El Señor les bendijo con maná en el desierto, con codornices cuando clamaron por carne, con milagrosos arroyos de agua fresca y otras innumerables bendiciones que evidenciaron Su infinito amor y paciencia. Y no obstante la ingratitud de cada individuo, El continuó amándoles y, como pueblo, les hizo grandes promesas.
Cuando Moisés subió al Monte y permaneció allí durante cuarenta días, ellos se rebelaron inclinándose nuevamente ante los ídolos que habían conocido en la tierra de los egipcios. Fue en aquella visita a la montaña que el Señor dio a Moisés ciertos mandamientos escritos sobre tablas de piedra. Cuando al bajar descubrió la rebelión e idolatría de Israel, Moisés arrojó con fuerza estas tablas y las quebró.
¿Qué contenían estas tablas? ¡Nada menos que los mandamientos pertenecientes a la plenitud del evangelio!
Después de ocurrido esto, el Señor llamó nuevamente a Moisés a la montaña y le reveló otros mandamientos que también grabó sobre tablas de piedra. ¿Contenían éstas las mismas cosas que habían sido escritas sobre las primeras? ¡No! Los traductores bíblicos declaran en el Antiguo Testamento que en ambas oportunidades fueron revelados los mismos mandamientos. Sin embargo, medíante las modernas revelaciones concedidas al profeta José Smith, hemos llegado a saber que las segundas tablas no incluyeron todas las cosas que habían sido grabadas sobre las primeras. Estas contenían el evangelio en su plenitud, junto con las bendiciones pertinentes al Sacerdocio de Melquisedec. Si Israel hubiera aceptado con sincera fe estas primeras planchas, podría haber obtenido todas las bendiciones, principios y ordenanzas que la Iglesia disfruta en la actualidad. Mas el Señor debió substituir los mandamientos mayores por aquellos que fueron luego registrados en el libro de Éxodo, y quitar de la tierra los privilegios y la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec.
En la traducción o revisión inspirada de la Biblia que por mandamiento divino emprendió el profeta José Smith, leemos lo siguiente con respecto a las segundas tablas de la Ley:
"Y el Señor dijo a Moisés: Lábrate estas otras dos tablas de piedra, similares a las primeras; y sobre ellas también escribiré las palabras de la ley, de acuerdo a como fueron escritas sobre las primeras tablas que tú has destruido; pero no serán exactamente como las primeras porque quitaré el sacerdocio de en medio de mi pueblo. Por consiguiente, mi santo orden, y el orden y ordenanzas del mismo, no estarán delante de ellos; porque mi presencia no estará entre ellos, no sea que yo los destruya.
"Yo les daré la ley como la primera vez, pero será una ley de mandamientos carnales; porque en mi ira he jurado que no volverán a mi presencia ni entrarán en mi descanso en los días de su peregrinación. Por tanto, haz como te he mandado, y prepárate para mañana, y sube de mañana al monte Sinaí, y preséntate ante mí sobre la cumbre del monte." (Éxodo 34: 1-2, Versión Inspirada.)
Vemos entonces que, a raíz de su rebelión, Israel perdió las bendiciones que al principio le habían sido ofrecidas. Recordemos que si los hijos de Israel hubieran sido fíeles, la intención del Señor era concederle la plenitud del Sacerdocio. Mas siendo que no pudieron recibir esta bendición, les fue dado el Sacerdocio Menor y la ley carnal o temporal.
Cabe destacar que durante toda la historia de Israel, hasta la venida de nuestro Redentor, las bendiciones del Santo Sacerdocio estuvieron restringidas. No fueron dadas universalmente a todas las tribus, pero necesariamente tiene que haber habido algún hombre fiel sobre quien el Sacerdocio de Melquisedec haya sido conferido. Todos los Profetas poseyeron el Sacerdocio Mayor, pero según le fue revelado a José Smith, cada uno de ellos constituyó un llamamiento divino especial. En toda su historia, Israel jamás ha dejado de tener un Profeta con autoridad y poder divinos para confirmar y llevar a cabo otras ordenanzas. Se nos ha dicho que Elias fue el último de los Profetas de la antigüedad que poseyó la plenitud del Sacerdocio. Tuvo poder para sellar los cielos a fin de que no lloviera, para hacer que descendiera fuego desde los cielos, para aumentar la comida de la viuda y para resucitar al hijo de ésta, que había muerto. Y también otros Profetas—Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel—fueron bendecidos con el Sacerdocio de Melquisedec. Todos ellos podían oficiar entre el pueblo, pero su autoridad no era concedida universalmente entre las tribus. Y así fue desde la entrada de Israel en la tierra prometida, hasta la venida del Salvador. Cuando El vino en el meridiano de los tiempos, restauró entonces la plenitud del evangelio y la autoridad divina.
Excelente :D
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