miércoles, 24 de marzo de 2010

EL NACIMIENTO DE LA VERDAD

por el élder Hugh B. Brown
Del Consejo de los Doce.

Mis hermanos y hermanas, es un gozo estar nuevamente en casa. Después de una jornada alrededor del mundo, lo cual resulta muchas veces en un mejor entendimiento de los pueblos de otras tierras y culturas, regreso con una apreciación mucho mayor de nuestra propia y amada América, sus libertades y sus oportunidades.

Es mi impresión también, que los pueblos de todas las tierras y culturas, tienen un hambre creciente y una actitud de mente abierta hacia todas las nuevas verdades. Los hombres pensantes de todas partes buscan la luz. Hay, de hecho una búsqueda de la verdad, a nivel mundial.

Los líderes religiosos y científicos están pidiendo que reviva el deseo de aprender y la actitud de aceptación de la verdad; donde quiera que se encuentre.

La buena vida está dirigida inteligentemente hacia el cultivo de una genuina espiritualidad basada en la fe y el conocimiento, dedicada a la verdad.

La fe es la base de toda religión, pero no hay ninguna virtud especial en la fe ciega. Solamente la fe que está fundada en una valerosa búsqueda de la verdad, merece la atención del estudiante. Nosotros debemos rechazar toda tentación a la irracionalidad, allanar toda inclinación a olvidar o distorsionar los hechos, evitar extremos del fanatismo, y por encima de todo, demandar la verdad. He aquí la firme base de nuestra religión; una religión que describe la gloria de Dios como inteligencia y proclama que el hombre es salvo en la medida en que adquiere conocimientos.

Así como las verdades científicas deben ser probadas y verificadas por razonamientos y por la investigación de los hechos, también las verdades morales y espirituales, que el mundo busca de sus profetas, deben ser probadas y valoradas por la experiencia del hombre. En su búsqueda de la verdad, todo hombre debe ser veraz consigo mismo, debe responder a su propia razón y a su propia conciencia moral. De no ser así, traicionaría su dignidad como ser humano y como hijo de Dios.

La verdadera dignidad nunca se gana por obtener el primer lugar, ni se pierde cuando se quitan esos honores. Especialmente en el campo religioso y espiritual, donde la fe se aventura por terrenos inexplorados, la verdad debe afrontar la prueba de la incredulidad, soportar los fuegos de la persecución, la oposición, el rechazo y el odio. La verdad oprimida contra la tierra, debe levantarse otra vez.

Quizá fue este pensamiento de la permanencia y eterna duración de la verdad, lo que movió a Oliver Wendell Holmes a escribir su iluminador ensayo poético sobre "La batalla de la verdad recién nacida por la supervivencia".

El dijo:
"El tiempo sufre dolores de parto, cada hora trae alguna verdad jadeante, y la verdad, recién nacida, parece deforme y prematura.

Es el terror de la casa y su vergüenza, un monstruo que se enrosca en el regazo de su niñera.

Alguno la quisiera estrangular, otro dejarla morir de hambre solamente;
pero aún respira, y pasa de mano en mano, alcanzando lentamente su estatura y forma correctas.

Pule los ásperos bordes de sus escamas de dragón, cambia por rizos brillantes su pelo como de víboras.

Y aparece transfigurada como ángel, bienvenida por todos los que maldecían su nacimiento, recibiéndola en sus brazos que la echaron fuera como serpiente." Discutamos algunas de las verdades reveladas últimamente; verdades que han tenido la recepción y experiencia que el poeta menciona, pues se pensaba que eran "deformes y prematuras". Pero están llegando a su real estatura y forma, y surgen transfiguradas con aspecto de ángel.

La melancólica historia del pasado parece haber sido un precursor necesario para aquellos grandes eventos que ahora proclamamos. El paso del tiempo más allá del meridiano, después de la crucifixión de Cristo fue seguida por el crepúsculo espiritual y el ocaso, y luego por siglos de obscuridad espiritual, después de lo cual aparecen las señales de la aurora. El alba ya rompe y huyen las sombras.

¡Cuán gloriosamente el Señor ha cumplido su promesa de que en los últimos días El derramaría de su espíritu sobre toda carne!

¡Qué edad tan maravillosa es ésta en la cual vivimos! ¡Qué tremendos avances se han logrado en los últimos 150 años!

Solamente en el campo de comunicaciones y transporte, hemos dado pasos tan largos, que podrían hacer que nuestros ancestros, si pudieran venir y vernos, dijeran que somos dioses. Quedarían asombrados por la radio, la televisión y los maravillosos progresos de la ciencia, el dominio de la electricidad y otras fuerzas, por las cuales ponemos a nuestro servicio las grandes fuerzas de la naturaleza, que en sus días eran temidas y adoradas.

Pero a menos que seamos dados a alardear estos grandes sucesos y progresos, debemos recordar cómo han sido usados y lo que ha sucedido en el mundo con estas cosas que nuestra civilización ha producido.

Hambre y necesidades, miseria y tristeza se extienden por todo el mundo, amenazando a la misma civilización que ha hecho posible esas cosas.

Tal parece que el gran plan de Dios incluyera trabajo para una cuadrilla de demolición, que eche abajo las viejas estructuras y haga lugar a eso que va a venir.

Pero no dejemos que aquellos que son responsables de estas cosas, se sientan confortados con este pensamiento, pues Dios ha dicho: "Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen!" (Lucas 17:1).

Pero, ¿estamos aquí para mirar los grandes avances en esos campos del pensamiento y la actividad humana solamente, donde las cosas materiales al parecer son glorificadas y las espirituales son olvidadas? ¿debemos esperar en el campo del crecimiento moral y la ilustración espiritual, para encontrar nuevas verdades y revelaciones de Dios? Cuando él dijo que derramaría de su espíritu sobre toda carne, pienso que no intentaba limitar su inspiración a aquellos que están trabajando con cosas materiales solamente, pues en el reino espiritual, también, hay gran necesidad de algo nuevo...

Ustedes recordarán cuando Pedro y Juan fueron al templo de Jerusalén, y llegaron a la puerta llamada la Hermosa; un cojo que estaba ahí sentado, les pidió limosna; y Pedro volviéndose a él, dijo: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda" (Hechos 3:6).

Las escrituras nos dicen que él fue sanado y que saltó y gritó de júbilo al sentirse libre. Entonces una multitud se reunió con gran asombro y admiración y Pedro les dijo que lo que hizo no se debía a su propio poder o santidad, sino que fue hecho en el nombre de Jesucristo.

Entonces dijo a la multitud:
"Así que arrepentíos y convertios, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo" (Hechos 3:19-21).

El apóstol Pablo dijo que en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, él podría reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra, aun en él.

Ustedes recordarán también, cuando los once estaban con el Maestro cerca de Betania, ellos vieron que una nube lo cubrió y lo llevó al cielo, dos ángeles con vestiduras blancas se pararon junto a ellos y dijeron a aquellos que estaban reunidos: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hechos 1:11).

Nos referiremos nuevamente a esa maravillosa predicción de Juan, quien, mientras estaba desterrado en la isla de Patmos, tuvo una visión y dijo: "Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo y s estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas", (Apocalipsis 1:10-19). Así habló el Hijo de Dios a Juan el apóstol.

En la primavera de 1820, sucedió algo concerniente a lo cual ustedes ya han escuchado esta mañana, hace justamente ciento cincuenta años, Dios, nuestro Padre, se reveló a sí mismo al hombre. El consideró la ocasión y el mensaje de tan gran importancia, que vino personalmente de los cielos y trajo con él a su Hijo Unigénito, y juntos hablaron a este joven, y a cada uno de nosotros. Desde entonces, otros han venido y otras revelaciones se han dado. El ángel Moroni, Moisés y Elías vinieron. Pedro, Santiago y Juan, Juan el Bautista, Elías y otros. Ellos hablaron al hombre y lo comisionaron, y el hombre está otra vez en comunicación con Dios.

Ahora bien, yo no olvido el hecho de que esta declaración tal como es, se enfrenta a la incredulidad y al escepticismo, así como al antagonismo y hasta a la cólera. Los mismos hombres han empleado en contra de esta verdad idénticas armas a las usadas por el adversario en su batalla en contra de la verdad.

Aquí otra vez la verdad fue considerada deforme y prematura. Y aun, yo pregunto a todos los cristianos que creen en la Biblia, ¿dudan ustedes de las palabras de Saulo de Tarso, que dijo que en su camino a Damasco yendo a perseguir a los santos, él vio una luz que lo cegó y escuchó una voz? El preguntó "¿Quién eres, Señor?" y la voz replicó: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Véase Hechos 9:5).

Yo digo, los cristianos creen en este registro y al mismo tiempo dicen que Dios no puede hablar al hombre. Ellos, que creen en la Biblia, aceptan el registro que nos habla de la aparición de Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración; y que Pedro, Santiago y Juan estaban ahí y los vieron en la presencia del Maestro. Moisés y Elías, pensarán ustedes, vivieron cientos de años antes de ese tiempo, y aun el hombre dice: "Sí, creemos en la Biblia donde dice eso; eso fue hecho una vez, pero no puede ocurrir nuevamente."

Y o repito: ¿Por qué puede el hombre pensar que es increíble que Dios hable al hombre? ¿No ha sido este su método a través de los años? ¿No lo necesitamos? ¿Nuestra civilización, nuestra ciencia, nuestros estudios de que alardeamos, nos han hecho independientes de él?

Nuestra declaración para ustedes hoy es apenas introductoria; y aunque él vino, y con él Dios el Padre, y a ellos siguieron esos otros que mencioné brevemente; todo esto es apenas una introducción de lo que todavía está por venir. En el resplandor crepuscular de la Pascua, escuchen la promesa del Señor: "Porque con poder y gran gloria yo me revelaré desde los cielos con todas sus multitudes, y moraré en justicia con los hombres sobre la tierra por mil años, y los malvados no permanecerán" (D. y C. 29:11).

Y otra vez, dice Mateo: "Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras" (Mateo 16:21).

"Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitará primero” (1 Tes. 4:16)
Esta declaración que el Señor vendrá otra vez se hace a ustedes mis hermanos, hermanas y amigos, en el espíritu y por el poder que da estas verdades al hombre, y en su nombre yo declaro a ustedes, que yo sé, como sé que estoy vivo que esto es verdad. Esta es nuestra mayor esperanza y el más glorioso anuncio y promesa en toda la historia del mundo, excepto aquella que fue hecha por los ángeles a los pastores en las lomas de Galilea, cuando Cristo nació.

Continuemos la búsqueda de la verdad en todos los campos del interés humano con empeño "Hasta que los tambores de guerra ya no vibren y las banderas de batalla estén recogidas en los parlamentos de los hombres, la federación del mundo"; hasta que el Príncipe de paz venga y asuma su justo lugar como Rey de Reyes y entonces habrá paz universal por mil años.

Es mi oración que cada uno esté preparándose para presentarse ante él cuando venga, porque vendrá antes de lo que pensamos.

De estas verdades doy testimonio a ustedes en el nombre de Cristo. Amén.


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