viernes, 9 de abril de 2010

EL JURAMENTO Y CONVENIO DEL SACERDOCIO

por Marión G. Romney
(Tomada de The Improrement Era)


Al meditar acerca de la solemne oportunidad en que José Smith y otros cinco hermanos se reunieron en el hogar de Pedro Wfaitmer para organizar la Iglesia, no puedo dejar de reconocer la transcendencia del hecho sucedido unos diez meses antes de aquel seis de abril de 1830, cuando José y Oliverio recibieron de Pedro. Santiago y Juan el poder por el cual quedaban autorizados para iniciar la restauración. Ese poder fue el Sacerdocio de Melquisedee — el poder más grande que haya venido a la tierra en cualquier dispensación, y que superará y controlará todos los demás poderes descubiertos y aún por descubrir por el hombre.

En relación con esta declaración, os aseguro, madres y novias, que cuando recibáis la exaltación por la cual todo verdadero Santo de los Últimos Días honestamente lucha, estaréis de la mano de un poseedor del Sacerdocio de Melquisedee que haya magnificado ese llamamiento. Por consiguiente, todo lo que podáis hacer para alentar en vuestros seres amados el deseo de magnificar su sacerdocio, os será infinitamente recompensado.

Tradicionalmente, el pueblo de Dios ha sido conocido como uno de alianza. El evangelio mismo es un nuevo y sempiterno convenio. La posteridad de Abrahán, Isaac y Jacob constituye una raza de alianza. Entramos a la Iglesia por convenio, el cual es establecido por medio del bautismo. El nuevo y sempiterno convenio del matrimonio eterno es la puerta que conduce a la exaltación en el reino celestial. Los hombres dignos reciben el Sacerdocio de Melquisedee como un convenio por medio de un juramento.

Un convenio o alianza es un acuerdo establecido entre dos o más partes. Un juramento es un voto de atestación en cuanto a la inviolabilidad de las promesas comprendidas en un convenio, En el convenio del sacerdocio, las partes contratantes son el Padre Celestial y el recibidor del poder o autoridad de aquel sacerdocio. Cada una de estas partes se hace cargo de ciertas obligaciones específicas. El recibidor se compromete a magnificar mi llamamiento en el sacerdocio. El Padre, por juramento y convenio, promete al recibidor que si magnífica su sacerdocio será santificado por el Espíritu para la renovación de su cuerpo; (véase Doc. y Con. 84:33), a fin de que llegue a ser miembro de ". . . la Iglesia y el reino, y elegido de Dios," (Ibid., 84:34) y recibir "el reino del Padre [y] por tanto," dice el Salvador, "todo lo que mi Padre tiene le será dado." (Ibid, 84:38.)

De éstos — es decir, de los que reciben el Sacerdocio y lo magnifican — se ha dicho:
Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas — Son sacerdotes y reyes, quienes han recibido de su plenitud y de su gloria,
Y son sacerdotes del Altísmo, según el orden de Melquisedee, que fue según el orden de Enoc, que fue según el orden del Hijo Unigénito.

De modo que, como está escrito, ellos son dioses, aun los hijos de Dios — (Ibid., 76:55-58.)..

El Padre ha prometido estas transcendentes bendiciones al recibidor del Sacerdocio de Melquisedee por medio de un juramento y convenio "que no se puede quebrantar, ni tampoco puede ser traspasado." (Ibid., 84:40.) Estas bendiciones, como podemos comprender, no se reciben por la simple ordenación. La ordenación al sacerdocio es un requisito previo a la recepción de estas bendiciones, pero en sí no las garantiza. Para que un hombre pueda obtenerlas, debe primeramente cumplir con fidelidad cada una de las obligaciones pertinentes al propio sacerdocio — es decir, tiene que magnificar su llamamiento.

Mas, ¿qué significa magnificar nuestro llamamiento?
En oportunidad de haber sido revelado el "juramento y convenio" el Señor, hablando a los poseedores del sacerdocio que se habían congregado, dijo: ". . . ¡Ay de todos aquellos que no aceptan este sacerdocio que habéis recibibo! El cual ahora os confirmo, por mi propia voz desde los cíelos, a vosotros los que estaís presentes en este día; y aun a las huestes celestiales y a mis ángeles he mandado que os cuiden," (Ibid,, 84:42.) ¿No es acaso impresionante pensar que el Señor ha dispuesto que Sus ángeles y huestes celestiales tengan incumbencia en las actividades do aquellos que reciben el sacerdocio?

En la misma ocasión, dirigiéndose especialmente a los élderes, continuó: "Y ahora os doy el mandamiento de estar apercibidos en cuanto a vosotros mismos, y de atender diligentemente las palabras de vida eterna.

"Porque viviréis con cada palabra que sale de la poca de Dios." (Ibid, 84:43-44.) Es cuando con esto cumplo que el poseedor del sacerdocio puede recibir las bendiciones y recompensas ofrecidas por el Padre Celestial en "el juramento y convenio que pertenecen al sacerdocio."

El estado de aquellos que descuidan o (altan a sus obligaciones en el sacerdocio, es definido en esta forma por el Señor: ". . . El que violare este convenio, después de haberlo recibido, y lo abandonare tolalmente, no logrará el perdón de sus pecados ni en cvste mundo ni en el venidero" (Ibid., 84:41.)

Considerando tal penalidad por la violación del convenio, uno debe meditar bien antes de aceptar las obligaciones del mismo; sin embargo, no debemos dejar de considerarlas palabras previas del Señor: ". . . ¡Ay de todos aquellos que no aceptan este sacerdocio. . . . !" (Ibid., 84:42.)

Tal es la seria importancia del "juramento y convenio que pertenecen al sacerdocio." Podemos encontrar una interesante explicación al respecto en la sección 84 de las Doctrinas v Convenios, comenzando con el versículo 33.

A juzgar por este revelación, es aparente que para que un hombre pueda progresar cabalmente hacia la vida eterna, propósito para el cual la mortalidad ha sido dispuesta, consiste en obtener y magnificar el Sacerdocio de Melquisedec. Siendo nuestro propósito ". . . la vida eterna, ... el máximo de todos los dones de Dios" (Ibid. 14:7), es de incalculable importancia que comprendamos lo que la magnificación de nuestros llamamientos en el sacerdocio requiere de nosotros:

1. Que obtengamos un conocimiento del evangelio.
2. Que vivamos en armonía con las normas del evangelio.
3. Que sirvamos con dedicación.

En cuanto a la importancia de un conocimiento del evangelio, el profeta José Smith dijo que "es imposible que el hombre se salve en la ignorancia." (Ibid., 131:6.) Que al decir esto él tenía en mente la ignorancia en cuanto a las verdades del evangelio, se desprende a raíz de otra ocasión en la que dijo: "El hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiere conocimiento, porque si no obtiene conocimiento, algún poder maligno lo dominará en el otro mundo; porque los espíritus malos tendrán más conocimiento, y por consiguiente, más poder que muchos de los hombres cine se hallan en el mundo. De modo que se precisa la revelación para que nos ayude y nos dé conocimiento de las cosas de Dios". (Enseñanzas del Profeta José Smith.)

No existe otro conocimiento que no sea el de las cosas de Dios, que pueda salvarnos. En los primeros días de la Iglesia en esta dispensación, el Señor declaró a los hermanos: " . . Debéis crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad." (Doc. y Con. 50:40.)

En la revelación dada al presidente Brigham Young en Winter Quarters, en enero de 1847, el Señor dijo: "Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplícando al señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que vea, y sean destapados sus oídos para que oiga.

"Porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y a los contritos, y para condenar a los impíos." (Ibid., 136:32-33.)

Catorce años antes el Todopoderoso había aconsejado a los hermanos: ". . . Os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno, desde ahora en adelante.
"Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino.

"Enseñaos diligentemente, y mi gracia os atenderá, para que seáis más perfectamente instruidos, en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os es conveniente comprender; . . ." (Ibid., 88:76-78)

Una de las mejores maneras de aprender el evangelio consiste en escudriñar las Escrituras. Nuestro propósito en exhortar a los poseedores del sacerdocio a que lean el Libro de Mormón, ha sido para que quedan aprender más acerca del evangelio. No podemos estudiar honestamente el Libro de Mormón sin aprender las verdades del plan de Dios, puesto que contiene ". . . la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles, y también a los judíos; . . ." (Ibid., 20:9). Tan impresionado quedó el profeta José Smith con esta revelación, que algo después dijo a los hermanos del sacerdocio que "el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios por seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro." (Enseñanzas del Profeta José Smith.)

Pero aprender el evangelio leyendo libros, no es suficiente. A fin de que podamos magnificar nuestro llamamiento en el sacerdocio, debemos vivir el evangelio. En realidad, el obtener un conocimiento del evangelio es un proceso gradual. Aprendemos un poco, y entonces obedecemos lo que aprendemos; aprendemos algo más, y obedecemos esto; y eventualmente, la proyección de este ciclo va constituyendo el progreso eterno.

Juan el Amado nos dice que este fue el modo en que jesús llegó a la plenitud:
Y yo, Juan, vi que no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia por gracia;

Y no recibió de la plenitud al principio, mas progresó de gracia en gracia, hasta que recibió la plenitud. (Doc. y Con. 93:12-13.)

Jesús prescribió el mismo proceso con las siguientes palabras: ". . . Si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud, y seréis glorificados en mí, como yo lo soy en el Padre; por lo tanto, os digo, recibiréis gracia por gracia" (Ibid., 93:20.)
Algo mas adelante, en la misma" Escritura leemos: "Y ningún hombre recibe la plenitud, a no ser que guarde sus mandamientos.

"El que guarda sus mandamientos recibe verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas." (Ibid., 93:27-28.)

Al leer estas cosas, ¡cómo no ha de llenarse nuestro corazón de gozo!
Jesús declaró que los mandamientos que debemos guardar están contenidos en las Escrituras; y agregó: "Si me amas, me señarás, y guardarás todos mis mandamientos." (Ibid., 42:29.) Y también, ". . . A quien guardare mis mandamientos, revelaré los misterios de mi reino, y serán en él un manantial de aguas vivas, brotando a vida eterna." (Ibid., 63:23.)

Muchos de los mandamientos relacionados con nuestra conducta personal, se encuentran en la Sección 42 de las Doctrinas y Convenios, la cual, según el Profeta lo especificó, "contiene la ley de la Iglesia." Todo poseedor del sacerdocio debe estar familiarizado con esta revelación, como así también con las Secciones 59 y 88 — de esta última, particularmente los versículos 117 a 126. En verdad, un poseedor del sacerdocio que seriamente intente magnificar su llamamiento para merecer las bendiciones del "convenio que pertenece al sacerdocio", debe estar al corriente de todas las instrucciones dadas para guiarnos en nuestra conducta personal — tanto las que están registradas en las Escrituras como las que son dadas eventualmente por medio de los profetas vivientes. Difícilmente podemos "estar firmes contra las asechanzas del diablo," vistiéndonos con "la armadura de Dios" (Véase Efesios 6:11), a menos que sepamos qué es esta armadura.

No obstante, los mandamientos no se aplican sola¬mente a la conducta personal del individuo. Los mismos colocan sobre todo poseedor del sacerdocio la estimulante responsabilidad de rendir servicio — el servicio de predicar el evangelio restaurado, con todas las bendiciones del sacerdocio — a los pueblos de la tierra; el servicio de consolar, fortalecer y perfeccionar las vidas de sus semejantes y todos los Santos de Dios.

De cierto os digo, los hombres deberían estar anhelosamente consagrados a una causa justa, haciendo muchas cosas de su propia voluntad, y efectuando mucha justicia;
Porque el poder está en ellos. . . . (Doc. y Con. 58:27-28.)

Es de esta manera que magnificaremos nuestros llamamientos, y obtendremos las recompensas prometidas por el Señor en el juramento y convenio que pertenecen al sacerdocio.


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